jueves, 1 de septiembre de 2016

50.- Con vistas al mar

     Un tipo cualquiera se acercó a la terraza y tomó asiento en uno de los lugares libres. Se encendió un cigarrillo y esperó, mirando al mar, a que se acercara el camarero.

     Las vistas eran preciosas, sin duda alguna el punto fuerte de aquella terraza. Aquel tipo, un tipo cualquiera, ya sabía que el café de allí no era, ni mucho menos, el mejor del mundo, pero, ¡qué demonios!, le apetecía tomarse uno mientras el mar azul se balanceaba delante de él, iluminado por la claridad del día y acompañado del canto de las gaviotas.

     Por fin el camarero se acercó y el tipo pidió su café.

     Aquel tipo, un tipo cualquiera, se sentía, no obstante, especial en aquellos momentos. Un café mirando al mar en un bello día, uno de esos pequeños placeres que hacen la vida más fácil.

     Un barco atracaba en la lejanía del puerto cuando alguien se le aproximó por detrás. Supuso que sería el camarero que venía con su café, y se inclinó ligeramente a un lado para facilitarle la labor.

     Entonces, un tipo cualquiera recibió una fuerte punzada en el costado. Y luego otra. Y otra. Apenas tuvo tiempo de gritar. Pronto sintió que sus órganos vitales habían sido alcanzados y que la sangre corría a chorros bajo su camiseta.

     Ni siquiera tuvo tiempo de girarse. Cuando quiso darse cuenta, un velo de oscuridad había caído sobre sus ojos.

     El camarero llegó un par de minutos más tarde. No había visto nada. No sabía nada. Llevaba el café en una mano, de hecho, presto a servirlo. La taza cayó al suelo. El café se desparramó. No iba a servir para mucho, desde luego, porque iba dirigido a un tipo cualquiera que, ahora, yacía sobre la mesa con un reguero de sangre que le salía de la boca y un auténtico torrente que llegaba, a través de sus piernas, al suelo.

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