viernes, 29 de abril de 2016

48.- Al abrigo de la oscuridad

     Loli había salido tarde de la comisaría. Como casi siempre. La administrativa siempre era la última en abandonar el barco. Como un capitán, pero sin mando.

     Vio que era noche cerrada. Hacía frío. El peor momento para volver caminando a casa. Pero qué remedio.

     Loli maldijo la hora en que decidió que hacía una buena mañana y que acudiría al trabajo caminando un rato. Se prometió no volver a cometer el mismo error. Al trabajo, en coche, aunque haya un atasco incontrolable y un tiempo ideal para ir de pícnic.

     Había recorrido un par de calles cuando notó algo extraño. Un silencio más intenso de lo habitual, poco común en aquella zona de la ciudad incluso a esas horas. "Es ese silencio que, en las películas, no preludia nada bueno", se dijo. Todavía quedaba un buen rato para llegar a casa. Pensó en Gutiérrez y en Hortensio, en que habían pasado la jornada preocupados y dando vueltas al regreso del asesino del imperdible, en que hablaban de otro asesinato... otra vez...

     Entonces escuchó pasos. No vio a nadie. Se detuvo a escuchar. Sí, ahí estaban. Aunque ahora se detenían de nuevo. Loli tuvo entonces la certeza de que alguien la estaba siguiendo.

     Comenzó a caminar aprisa. Cada vez más rápido. Dobló un par de esquinas y los pasos, que continuaban siguiéndola, redoblaron también su intensidad y su eco. Entonces Loli echó a correr, con tacones y todo, y lo hizo como no recordaba haberlo hecho nunca, como solo corre quien teme por su vida.

     Cuando llegó a su portal, resopló de alivio.

     Todavía oyó que aquellos pasos se acercaban, los sintió al lado. Se detuvieron. Lo último que Loli oyó, justo antes de cerrar el portal, fue una risa divertida y demente que rompió el silencio de la noche y la paz de Loli que, desde luego, no iba a poder dormir.