- ¡Comisario, Comisario!
Hortensio se recorrió el pasillo como un loco, tiró a la mujer de la limpieza, le derramó a Loli el café sobre su siempre impoluta camisa, se metió una hostia contra la fotocopiadora y se dio un cabezazo con el dintel de la puerta. Gutiérrez , desde el interior de su despacho, le miró con sorna.
-¿Qué haces, Hortensio? ¿El cielo se está cayendo o qué?
- Peor, Comisario, peor.
- Es el Apocalipsis... llueve fuego y cuatro jinetes cadavéricos recorren las calles saltándose los semáforos.
- Peor, Comisario. Mucho peor.
- El asesino del imperdible ha vuelto a atacar.
El ayudante se quedó pálido como un muerto.
- ¿Cómo lo ha sabido, Comisario?
Gutiérrez encendió un cigarrillo, aspiró una calada mientras representaba una pausa dramática y miró a Hortensio a los ojos.
- Porque estaba claro como el agua. Porque un fugado con cuentas pendientes lo primero que quiere es resolverlas. Porque ese tío me odia, porque yo lo odio a él y porque estamos destinados a encontrarnos de nuevo. Estoy curtido en mil batallas, Hortensio, nunca lo olvides.
- Por supuesto.
- Llama a Mel, que llame a Streller, juntémonos todos. Esta vez vamos a saco, que ese capullo no se vuelva a escapar, ¿de acuerdo?
- Será un placer.
Hortensio salió sonriendo, orgulloso del Comisario y de la confianza que transmitía a sus subordinados. Lo que Hortensio no sabía era que Gutiérrez ya llevaba tiempo mosqueado con las llamaditas, que estaba curtido en mil batallas, sí, pero que cada una le había dado más asco que la anterior, y que, por más que trataba disimularlo, por más que actuaría con eficacia y se cargaría a ese desgraciado, estaba acojonado y, por dentro, temblaba como un flan.
Se reclinó ante el escritorio de su despacho, se encendió un cigarrillo y observó el infinito. Alguien llamó educadamente a la puerta. "Comisario", le dijeron, "alguien quiere verle". "Seguro que no es para nada bueno", pensó él, "nadie me llama para nada bueno". Sin embargo, de sus labios solo brotaron las palabras "¡que pase!". Y no era ninguna rubia despampanante, por supuesto. Eran problemas. Más problemas. "¡Mierda!", pensó. Y aspiró otra calada.