lunes, 31 de agosto de 2015

42.- Al otro lado de la línea telefónica

     Otra noche solo en casa, frente al televisor apagado, con una botella de vodka ya medio vacía y un cenicero ya medio lleno. Cómo odiaba Gutiérrez esas noches de asueto, esas horas perdidas. Eran tiempo de fantasmas, de recuerdos dolorosos que pasaban frente a él como un cortejo fúnebre para avisarle de que todavía no se habían ido del todo.
   
     Gutiérrez, entonces, imaginaba a todos sus compañeros de comisaría en casa, con sus familias, disfrutando de grata compañía y una cena abundante, sonriendo a sus hijos y agradeciendo aquellos momentos de tranquilidad después de una dura jornada.

     Él, si pudiera, pasaría las veinticuatro horas de cada día del año reventando capullos a tiros.

     Viene Eva, se planta delante de él y lo observa. Gutiérrez sabe que esta muerta, aún la recuerda colgando de una sucia cuerda en aquel almacén abandonado. Cabrón. Le reventaría el cráneo. Sabe que está muerta y, sin embargo, agradece su visita. Su mirada trasluce empatía, no conmiseración. Eva sigue ahí, y espera algo de él.

     Suena el teléfono. Gutiérrez se incorpora y Eva ya se ha ido. Ella y todos los fantasmas que estaban a la cola. El teléfono sigue sonando. Gutiérrez se enciende un cigarrillo de forma compulsiva. Le duele enormemente la cabeza. Pese a ello, mata el último trago de vodka.

     El teléfono sigue sonando, histérico. Gutiérrez lo descuelga. Pregunta quién es. No se oye nada. Sólo silencio. Gutiérrez vuelve a preguntar y el silencio continua. Cree oír de fondo una risita desagradable, luego alguien respira. Entonces, la llamada se corta.

     Gutiérrez se tumba en el sofá y se queda dormido. No tendrá sueños bonitos, no dormirá bien, pero el día llegará así antes y, para la resaca, nada mejor que un buen trago recién abiertos los ojos...