viernes, 16 de enero de 2015

36.- ¿Cómo dice?

     - ¿Perdone?

     Gutiérrez, guiado por Hortensio, había acudido ipso facto a interrogar a la testigo. Una señora mayor, diríase que centenaria, les había atendido y les había hecho pasar. Gutiérrez había mirado desde la ventana del salón. Allí abajo, a la distancia de una calle y siete plantas, se vislumbraba la entrada a la Joyería Gómez & Asociados, objeto del robo. No obstante, desde tanta altura Gutiérrez apenas podía distinguir el nombre del establecimiento colocado sobre la puerta.

     - Digo, señora, que mi compañero me ha comentado que tiene usted algo que contarnos.
     - Muy bien, gracias. ¿Con dos cucharadas de azúcar?

     Llevaban cruzadas tres o cuatro frases que constituían un verdadero diálogo de besugos. Gutiérrez no tenía ni idea de cómo Hortensio había obtenido la información, pero el caso es que la señora parecía sorda como una tapia.

     - ¿Qué vio aquella noche, señora?
     - Pues sí, muy majo su compañero. ¿Estuvimos tomando café? Por cierto, ¿quiere uno?
     - Pues no, señora. Me conformaría con que contestara lo que le pregunto.
     - Ahora mismo se lo traigo.

     La anciana se metió en la cocina. Gutiérrez miró a Hortensio, que alzó los hombros como justificación.

     - Esta no se entera de nada.
     - Paciencia, Comisario. Si consigue que capte la razón por la que usted ha venido, comenzará a hablar sin parar.
     - Me da a mí que hemos venido para nada.
     - A mí ayer me dijo que había visto algo, y me lo dijo antes casi de que yo le preguntara.
     - Joder, Hortensio, qué suerte que tuviste.

     Llevaban ya dos cafés y un platito de pastas que a Gutiérrez se le empezaban a atragantar. La señora les había hablado de su nieto, que estudiaba Económicas en una privada, de su hermana, que estaba fatal de la artritis, y de la subida demencial del precio de las berenjenas en el último mes.

     - A ver, señora, que me tengo que ir. ¿Vio algo en la joyería?
     - ¿Perdone?
     - En la Joyería.
     - No, por favor, ¿cómo va a haber berenjenas en la droguería? Desde luego, estos hombres, para hacer la compra son ustedes horribles... no se puede confiar...
     - Le hablo de la joyería. Joyería. La otra noche.
     - ¿Cómo dice?
     - La otra noche.
     - ¿Al supermercado en coche? No me merece la pena, además no tengo carné...

     Gutiérrez casi tira la taza de café. Las manos empezaban a temblarle.

     - Joder, señora, ya vale. ¿Me puede decir algo de Gómez & Asociados?
     - ¿Gómez & Asociados?

     A Gutiérrez casi se le saltan las lágrimas de la emoción. Por fin.

     - Ese tío es un cabrón -dijo la anciana con voz dulce. - Tiene unas joyas de mierda con precios por las nubes, y no hay manera de que haga una rebaja. Además, me parece un poco siniestro. La otra noche, sin ir más lejos, aparcó el coche frente a su puerta a las tantas de la mañana y estuvo cargándolo de joyas hasta los topes. Seguro que iba a traficar con ellas. Y dice su compañero que investigan un robo... ¿Qué van a robar ahí, si ya no quedará nada? Metió en el coche collares, relojes, pendientes, pedruscos como camiones, con su cajita y todo, y de todas las marcas, ¿eh? Que tengo buena vista, y estaba asomada yo a la ventana porque no podía dormir y lo vi todo. Todo. Vaya personaje. Y mis amigas de la peluquería están de acuerdo. Yo no le pienso comprar nada a ese tío. ¿Quiere más café?
     - No, por Dios.
     - Ahora mismo le traigo más.

     Gutiérrez echó un vistazo por la ventana una vez más. Desde allí él seguía sin distinguir un pijo. La señora debía de tener una vista de lince. Había reconocido, a la luz nocturna de las farolas, el coche, al individuo, la carga, los objetos y las marcas. Impresionante. Gutiérrez reflexionó sobre la sabiduría de la madre naturaleza, que otorga a algunas especies sentidos especialmente desarrollados, la vista en este caso, cuando otro, el oído, está para el arrastre.

     Cuando la señora volvió de la cocina, aquellos dos polícias tan majos y tan amantes del café ya se habían ido.