domingo, 14 de diciembre de 2014

35.- Tras los visillos

- ¡Comisario, comisario!

     Hortensio entró en el despacho con tal celeridad que volcó una silla, tiró al suelo un montón de papeles y casi desmonta de rebote dos estanterías. El estrépito fue tal que a Gutiérrez se le atragantó el café y a punto estuvo de escupirlo por toda su mesa.

- Hortensio, por favor, ¿se puede saber qué es tan importante?
- Un testigo, un testigo... -contestó este a borbotones, con el aliento tomado por la veloz carrera.
- Oh, genial, ¿un testigo de qué?
- Del robo a la joyería. Una vieja... perdón... una señora que vive enfrente.

     Fue oír la confirmación y levantarse para agarrar su chaqueta del perchero.

- Genial. ¿La testigo ha venido a comisaría?
- No.
- ¿Se ha acercado a ti mientras olisqueabas por la zona?
- No, le he tocado el timbre.
- ¿Por qué?
- He ido preguntando a los vecinos a ver si habían visto algo. Esta señora vive enfrente, pero en la séptima planta de su edificio.
- ¿Me estás diciendo que has ido preguntando a todos los vecinos, puerta por puerta?
- Claro, comisario, a ver qué sacaba.
- Joder, Hortensio, qué cojones tienes.

     Ya salían por la puerta cuando Gutiérrez, ansioso, preguntó:

- Oye, ¿y podrá reconocer a los ladrones?
- Esta señora no ha visto ningún ladrón, comisario.
- Joder, entonces, ¿para qué entras corriendo y me sacas de mi meditación? ¿Qué ha visto, un fantasma?
- Más o menos, sí, un fantasma...
- Coño, Hortensió, qué misterio... ¿tú también te vas a poner a escribir novelitas, como Mel?
- Dios me libre, Comisario Gutiérrez...

     Afuera todavía quedaba algún paparazzi esperando la salida de Gutiérrez aunque, por supuesto, no obtuvieron ninguna declaración. Como mucho alguno estuvo cerca de recibir un puntapié.