sábado, 28 de junio de 2014

30.- Un par de preguntas incómodas

- Bien, Sr. Gómez, vamos a ver si podemos solucionar esto.

     Andrés Gómez, el joyero, había hecho entrar a Gutiérrez, Mel y Hortensio en un reservado situado tras el expositor de la joyería. No era, desde luego, el típico trastero y almacén de un negocio. Era, más bien, una sala de reuniones de alto standing. Sillones tipo imperio, muebles de caoba. "Menuda pijada", pensó inmediatamente Gutiérrez, y se encendió un cigarrillo en cuanto asentó sus posaderas en uno de los sillones. El gesto del joyero delató cierto desagrado, probablemente en aquella sala no se fumaba, o solo lo hacían ciertos magnates de la joyería y personajes VIP del mundo de las finanzas joyeras. A Gutiérrez, por supuesto, el gesto le dio exactamente igual.

     Él no sería VIP, pero si ese chulapo engominado quería algo de él, y él era la policía, más le valía empezar a naturalizar sus relaciones con ellos. Gutiérrez, con toda la calma del mundo, inició el interrogatorio:

- Exactamente, Sr. Gómez, me gustaría saber qué se han llevado.
- Joyas por valor de varios millones. Collares y broches de oro y piedras preciosas, diamantes, esmeraldas... anillos. Piezas verdaderamente valiosas. Sin escatimar. Todo lo que había en el expositor -y señaló al interior de la zona de venta.
- Pero el expositor estaba lleno, Sr. Gómez, acabamos de pasar por delante.
- Pues claro, comisario. Aquí no somos tontos y hay mucho en juego. En la caja fuerte guardábamos todo lo que ahora se muestra en el expositor. Mejor que nadie sepa que nos han robado... la clientela, quiero decir; y otros posibles ladrones: una joyería débil es un reclamo.
- ¿Y no tocaron la caja fuerte?
- Ni lo intentaron.
- ¿Cámaras de seguridad?
- No grabaron nada.
- ¿No entró nadie?
- Ni un alma.

Mel y Hortensio cruzaron una mirada de incredulidad. Gutiérrez ya había terminado un cigarrillo y se encendía el segundo.

- Vamos a ver... ¿sabes quién podría querer robarle?

El joyero soltó una risotada.

- Vaya pregunta. Cualquiera que quisiera la pasta que valen las joyas, ¿no? Yo qué sé.

Ya empezaba el tío a ponerse de nuevo impertinente.

- Dígame algo que no sepa.
- Ni idea.
- Pues vaya.
- Responder a eso es su misión en este asunto.
- De acuerdo. Suficiente. Vámonos, chicos -Gutiérrez tenía claro que cada vez aguantaba menos a este tío.

Al salir, se dirigió a Hortensio.

- Busca las cintas de seguridad, Hortensio. Investiga al Gómez este: historial de la joyería, clientes habituales, últimos negocios... cualquier cosa que se salga de lo normal.
- De acuerdo, Comisario.
- Y tú, Mel...
- ¿Sí, Comisario?
- Vete a tu casa a escribir. Si se te ocurre un final para este caso, me lo cuentas, a ver si das con la clave del caso por intuición.

    Gutiérrez volvió a su despacho. Caso de mierda, sin pistas ni sospechosos.