domingo, 10 de noviembre de 2013

26.- La entrevista

- A ver, pasa...

     El primer candidato entró en el despacho del Comisario Gutiérrez. Allí encontró al propio comisario, sentado tras la mesa, fumando un cigarrillo y con cara de muy pocos amigos. "Ninguno", pensó, de hecho, el candidato.

     Gutiérrez, por su parte, pensaba por qué narices tenía él que estar allí entrevistando a tres pánfilos recién salidos de la academia, qué tipo de sistema era ese que le dejaba a él la oportunidad de seleccionar, para eso hubiera sido mejor que le hubieran asignado un ayudante de oficio. Seguramente, sería igual de malo que cualquiera de los tres entre los que se veía obligado a elegir. Joder, si ya Eulalia hacía bien el trabajo... Además, el recuerdo del Morales todavía la escamaba la piel y le hervía la sangre.

- ¿Nombre?
- Eustaquio Díaz.
- ¿Años en el cuerpo?
- Dos meses.
- ¿Dos meses? -Gutiérrez carraspeó. - Un poco verde, ¿no?
- Para eso estamos aquí, señor. Será un honor trabajar a su lado.
- No lo creo.
- Por supuesto que sí, señor. Una celebridad como usted...

     Ya estábamos otra vez con lo de la celebridad. Eso también le hervía la sangre, casi tanto como el recuerdo del Morales. Como volviera a sacar el tema, pensaba poner a ese mojigato de patitas en la calle de un puntapié en el trasero.

- Esto no es un juego de niños, lo sabes, ¿verdad?
- Claro, señor, pero a su lado cada día puede ser una valiosa enseñanza.

     ¿Una valiosa enseñanza? El Eustaquio Díaz este ya empezaba a caerle gordo. Pelota, lameculos e inepto, seguro. Gutiérrez ya tenía calado a ese tipo de gente. El problema, además, es que el tipo continuaba hablando.

- Su tenacidad, su profesionalidad, Comisario, su perspicacia. Será un honor aprender de usted.
- Pero no estás aquí para aprender, nene, sino para ayudar.
- Por supuesto, siempre de su lado. No voy a ser como mi antecesor en el cargo, y menos ahora que todos en la ciudad saben quién es usted.

     Gutiérrez ya había tenido suficiente. Una referencia a Morales y otra a la prensa en la misma frase. Su gesto cambió de hastiado a enfadado, sus puños se crisparon y sus cejas se acercaron conformando un ceño de apariencia temible.

- Fuera -espetó al candidato.
- ¿Perdone, señor?
- Fuera, ya he tenido suficiente.
- ¿Me avisarán?
- Lo dudo. Váyase.
- ¿Adónde?
- A hacer puñetas, si quiere, pero salga de mi despacho.
- Claro, señor, ha sido un honor hablar con usted.
- Que se vaya ya, hombre...

     Iba a tener que hacer algo con esa supuesta fama suya. Eso de que todos supieran que su ayudante se estuvo riendo de él, que fue incapaz de evitar un puñado de asesinatos cometidos delante de sus narices y que encima jugaron con él al gato y al ratón le sacaba de quicio. Y que encima pretendan todos alabarle por ello se le hacía insoportable. Iba a tener que hacer algo. O se acostumbraba, o la rutina en comisaría se le iba a hacer muy difícil.

     En cualquier caso, ya empezaba mal el día. Y este estúpido era el primero, todavía quedaban dos. Maldita sea, ya estaba de mala hostia.

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