miércoles, 30 de octubre de 2013

25.- Joyas por valor de un puñado de dólares

- Así que usted es el propietario del establecimiento, ¿no?
- En efecto.
- Y su nombre es...
- Andrés Gómez.
- De ahí el nombre de Gómez Joyeros y Asociados, ¿no?
- En efecto, se nota que eres un tío avispado.
- Usted.
- No, no, usted más.
- Digo que me llame de usted.
- Ah, perdone.

     Gutiérrez había obviado el fondo sarcástico del comentario sobre el tío avispado, había decidido recalcar la ausencia del "usted" y se había mordido la lengua para no soltar la palabra "capullo" después de la última frase. El tío, en cualquier caso, lo hubiera merecido, porque de lo que Gutiérrez estaba convencido era de que se encontraba ante un capullo de campeonato. Un nuevo rico venido a más en el negocio de las joyas, a saber con qué métodos. El pelo engominado y peinado hacia atrás, las patillas cuadradas y adelantadas, el olor a colonia cara y el nudo impecable en su corbata lo delataban. El hecho de que le hubieran robado un puñado de millones en joyas era, para Gutiérrez, lo de menos. Pero tenía que hacer su trabajo, qué remedio.

- ¿Podría hablar con sus asociados?
- ¿Asociados? ¿Qué quiere decir? El propietario soy yo. Gómez Joyeros soy yo.
- Gómez Joyeros y Asociados, ¿no?
- Ah, eso... "Asociados" no significa nada. No hay asociados.
- ¿Y entonces? ¿Ese nombre?
- No querría que le pusiera sólo Gómez, ¿no? Gómez no tiene tirón...

     Gutiérrez resopló y se mordió la lengua por enésima vez.

- Voy a salir un momento, ¿de acuerdo? Necesito tomar el aire.
- Y reflexionar, ¿no? Como Sherlock...

     Pero, ¿es que el figura este no se callaba ni debajo del agua? Gutiérrez salió a la puerta y se encendió un cigarrillo. Ladrón de guante blanco. Sin cerraduras forzadas, sin alunizajes espectaculares, aparentemente sin huellas. Se lo tenía bien merecido el Gómez este. Vaya personaje. Gutiérrez pensó que no le hubiera comprado una joya ni loco.

     A las dos caladas asomó la cabeza, tan impertinente como siempre. Miró a Gutiérrez, como escaneándolo con sus ojos de pato enclenque. Luego preguntó:

- Oiga, usted es Gutiérrez, ¿verdad?
- ¿Es que no me he presentado antes o qué?
- Sí, sí... me refiero a que es usted el comisario Gutiérrez, el del asesino del imperdible...
- ¿Cómo? -Gutiérrez se puso morado, el humo se le agarró a la garganta y empezó a toser. - ¿De qué coño está hablando? -dijo en cuanto pudo.
- Lo he visto en las noticias... buen trabajo, comisario.

     Gutiérrez resistió la tentación de soltarle un revés al Gómez y reírse de sus joyas y de sus patillas de bandolero. Estaba viejo. Se sentía viejo. En otro momento hubiera comenzado a soltar una sarta de improperios y mandobles que hubieran apaciguado los ánimos del señorito.

     En aquel instante, sin embargo, se limitó a maldecir a todos los demonios y blasfemar de todas las formas posibles. Se preguntó cómo habría llegado el asunto a la prensa. Comprendió que, si alcanzaba fama de personaje público, la cosa se iba a poner fea. Le dio al cigarro tal calada compulsiva que casi se fuma media colilla.