Cualquiera que hubiera pasado por el parque a la hora del almuerzo hubiera podido ver al Comisario Gutiérrez refunfuñando, impaciente por la espera. Afortunadamente, nadie pasaba por allí a esas horas, a quién se le ocurriría salir al parque a la hora del almuerzo.
Cualquiera que hubiera tomado asiento en un lugar cercano hubiera podido ver a Streller, con su estrambótica gabardina, acercándose al Comisario y saludándole. Cualquiera hubiera sospechado que algo se cocía entre aquellos dos personajes. Sin embargo, ninguna mirada indiscreta merodeaba por el lugar.
También hubiera comprobado, cualquiera que hubiera puesto interés en ello, que el Comisario quedaba manifiestamente disgustado ante la presencia del periodista a quien, a buen seguro, no esperaba en ningún caso. Les hubiera oído entablar una conversación entre reproches y reniegos, en tono elevado y cargado de crispación que no llegaba a grito por un punto profesional de discreción que ambos habían desarrollado como cualidad básica.
Hubieran llegado a sus oídos frases como "y tú que haces aquí", "por qué habría de creerte", o "de dónde sacas eso" en boca de Gutiérrez; "caminas a tientas", "tengo lo que buscas", o "y si fuera verdad", en la de Streller.
Lo que jamás nadie hubiera podido oír, por más cerca que se situara, por más atención que pusiera, por más interés que le despertara, eran las palabras que pronunció Streller, en un susurro casi agonizante, pegando los labios al oído de Gutiérrez. Las pronunció despacio, saboreando cada sílaba, se levantó y dejó solo al Comisario.
Este estaba pálido, parecía petrificado, como si la voz de Streller le hubiera hechizado. Un sudor frío comenzó a recorrerle la frente...
Se reclinó ante el escritorio de su despacho, se encendió un cigarrillo y observó el infinito. Alguien llamó educadamente a la puerta. "Comisario", le dijeron, "alguien quiere verle". "Seguro que no es para nada bueno", pensó él, "nadie me llama para nada bueno". Sin embargo, de sus labios solo brotaron las palabras "¡que pase!". Y no era ninguna rubia despampanante, por supuesto. Eran problemas. Más problemas. "¡Mierda!", pensó. Y aspiró otra calada.