jueves, 9 de agosto de 2012

18. Hora del almuerzo en el jardín del bien y del mal

     Hubo un tiempo en el que Gutiérrez disfrutaba de los parques. Solía ir de tanto en cuanto, a pasear, a relajarse, a pensar. Pero ese tiempo, definitivamente, era ya pasado.

     Así pensaba, al menos, mientras se sentaba en el banco y se disponía a esperar. Un grupo de jóvenes armaba jaleo en la zona de ocio, en el parque infantil los niños chillaban, molestos, y sus madres chillaban aún más, intentando infructuosamente mantenerlos a raya. Hasta las dos señoras mayores que se encontraban dos bancos más allá hablaban de estupideces en un tono más alto del conveniente. No, definitivamente, aquellos buenos tiempos ya habían pasado.

     El Comisario sintió hambre. La hora del almuerzo, joder. No podían haberle citado estando de servicio, tenía que ser en su hora libre. Resopló solo de pensar que tenía que haber comido algo, en sus dudas frente a la expendedora de sándwiches, no es lo más adecuado acudir a una cita con un informante teniendo el estómago lleno, esto lo sabe cualquiera, el ayuno despierta la inventina y agudiza el ingenio, y mantiene los sentidos alerta y el cuerpo activo, nunca se sabe si de una de estas va a salir una reyerta o una persecución.

     Sería su hora libre, pero llevaba su arma reglamentaria bien guardadita bajo la chaqueta, a mano. Un informante anónimo... todavía no sabía cómo se le había ocurrido acudir a la cita, sin apoyo, ni vigilancia, sin contárselo a nadie... era la costumbre, desde luego, los informantes anónimos deben seguir siendo anónimos después de proporcionar la información, así que mejor con discreción.

     Se encendió un cigarrillo, luego otro. Luego un tercero. El hambre empezaba a consumirle y allí no llegaba nadie. Quién coño queda a la hora del almuerzo... Cuando todo comenzaba a parecer una broma pesada Gutiérrez notó un leve toque en el hombro. Grave error. Un policía nunca puede perder de vista la retaguardia. Se volvió. Allí había un tipo disfrazado de agente secreto o algo así, con gafas oscuras y una gabardina. La teoría de la broma pesada cobraba peso porque... ¿qué clase de gilipollas acude a un encuentro como informador secreto disfrazado del Inspector Gadget?

     Pronto comprendió Gutiérrez, no obstante, que el tipo no andaba disfrazado, que ese atuendo ridículo era su estética habitual. Especialmente cuando le susurró al oído:

- Buenas, Comisario. ¿Se acuerda de mí? Soy Streller.

     Definitivamente, los parques públicos ya no son lo que eran. Ahora dejan entrar a cualquiera...