domingo, 26 de febrero de 2012

16. Tras la puerta

     Era mediodía. En la calle lucía un sol radiante. En aquel pasillo, sin embargo, estaba oscuro, olía a mugre y suciedad y la tenue luz parpadeante de un tubo fluorescente no hacia sino dotar a la escena de un ambiente espectral.
    
     Morales y el Comisario Gutiérrez se apostaron a sendos lados de una de las puertas. Nadie se asomó al pasillo, ninguna vieja curiosa, ningún niño inconsciente, nadie que pasara por allí. "Chicos listos, estos vecinos", pensó Gutiérrez. "Ya se huelen el percal".

     Llamaron con precaución. Un par de golpecitos suaves. "Aurelio, abre. Policía".

     Nada.

     "Aurelio Martínez. Policía".

     "Venga, Navajas, coño, abre ya, sabemos que estás ahí".

     Tras cada llamada se echaban a un lado. Vale que el Navajas trabajara con armas blancas, pero no era descartable encontrarse con un disparo a través de la puerta. En situaciones límite uno no sabe cómo reacciona esta gente.

     "Venga, Morales, a la mierda".

     Los dos se prepararon y patearon la puerta con fuerza y a la vez. Esta cedió.

     Persianas subidas y cortinas descorridas. Luz. Manchas de sangre en todo el recibidor. Gutiérrez y Morales entraron, mirando a un lado y a otro. Gutiérrez vio una navaja suiza tirada en el suelo. Son útiles. Se la hubiera quedado si no lo prohibiera el protocolo. Olía a productos químicos, a cerrado, y a muerto.

     "Jefe, mire".

     Morales estaba asomado al salón. Allí estaba el Navajas, tumbado en el suelo y mirando al techo con los ojos bien abiertos. Camiseta de tirantes raída y guarra como de no haber sido lavada en años; su cicatriz en el brazo derecho; su tatuaje en el izquierdo. La garganta rebanada, cubierta de sangre seca. Un charco entre rojizo y negruzco se extendía desde el cuello y penetraba bajo los sofás.

     Morales, este no es el asesino que buscamos.

     Un rayo de sol que penetraba furtivo por una de las ventanas se reflejaba en un pequeño objeto de metal enganchado al párpado abierto de el Navajas. Era un imperdible al que, por supuesto, se le enganchaba un papel. Cualquiera diría que el muerto lo estaba leyendo. No hubiera tardado mucho, de todos modos. En el papel solo ponía "Gutiérrez".

     "El asesino del imperdible" no solo quería cometer otro crimen, sino que sabía que el Navajas sería, por deducción, el principal sospechoso. "Morales, el asesino sabía que vendríamos aquí".

     Morales enmudecía. Gutiérrez carraspeó, se encendió un cigarrillo y juró en el hebreo más vulgar y barriobajero.