sábado, 31 de diciembre de 2011

14. Las enciclopedias están pasadas de moda

     Sonó el timbre de la puerta. Pasó un tiempo considerable, sin embargo, hasta que la abrieron. Podían oírse ruidos en el interior, movimiento, revolver de objetos.
  
     Finalmente, los dos tipos se encontraron frente a frente, se observaron de hito en hito y no ocultaron su disgusto. En el interior se encontraba un tipo malencarado. Barba de cuatro días, pelo desaliñado, mirada perdida, ojos enrojecidos y pupilas dilatadas. Cualquiera hubiera intuido que andaba drogado. Camiseta de tirantes, sucia y desgajada; una cicatriz en el brazo derecho, un tatuaje en el izquierdo. Malas pulgas, desde luego.

     Frente a él, un tipo insulso. Pelo grasiento, pegado a la frente, gafas de culo de vaso, gabardina, pinta de intelectual... o más bien de empollón friqui. Llevaba en la mano una bolsa de deporte, de tamaño mediano.

     "¿Y tú quién eres?", dijo uno. "Vendo enciclopedias", dijo el otro.

     Ya por el gesto del potencial comprador pudo deducirse claramente que ni enciclopedias, ni nada que se le pareciera. Que semejante intromisión era, ante todo, una molestia supina. El vendedor, no obstante, continuó: "son de edición reciente... muy útiles...".

     "¿Enciclopedias? ¿Pero estás tonto? Ya nadie compra enciclopedias. Fuera de aquí".

     El tipo intentó cerrar la puerta, y el vendedor, en un gesto de osadía sin precedentes en su profesión, la detuvo con el pie.

     "¿Cómo te atreves, bastardo, largo de aquí o te la vas a llevar?"

     "Un momento, permita que le enseñe...".

     Pero el tipo no necesitaba que le enseñasen nada. Se le notaba nervioso. Echó mano al bolsillo y sacó una pequeña navaja suiza con la que amenazó al tipo.

     "He dicho que te largues".

     Fue entonces cuando el vendedor echó mano a la bolsa de deporte, qué determinación, hubiera dicho cualquiera, un vendedor capaz de mostrar sus enciclopedias incluso a punta de navaja, pero no fue una enciclopedia lo que sacó, sino un cuchillo de cocina de un tamaño considerable, y lo blandió con tal rapidez y decisión que, cuando quiso darse cuenta, el tipo ya lo tenía clavado en el cuello.

     Quiso responder con su navajita, pero ya no le respondían los brazos; quiso decir algo soez, pero de su garganta solo brotaban borbotones de sangre; lo último que vio, antes de morir, fue como el vendedor de enciclopedias lo agarraba y lo metía en casa...