sábado, 31 de diciembre de 2011

14. Las enciclopedias están pasadas de moda

     Sonó el timbre de la puerta. Pasó un tiempo considerable, sin embargo, hasta que la abrieron. Podían oírse ruidos en el interior, movimiento, revolver de objetos.
  
     Finalmente, los dos tipos se encontraron frente a frente, se observaron de hito en hito y no ocultaron su disgusto. En el interior se encontraba un tipo malencarado. Barba de cuatro días, pelo desaliñado, mirada perdida, ojos enrojecidos y pupilas dilatadas. Cualquiera hubiera intuido que andaba drogado. Camiseta de tirantes, sucia y desgajada; una cicatriz en el brazo derecho, un tatuaje en el izquierdo. Malas pulgas, desde luego.

     Frente a él, un tipo insulso. Pelo grasiento, pegado a la frente, gafas de culo de vaso, gabardina, pinta de intelectual... o más bien de empollón friqui. Llevaba en la mano una bolsa de deporte, de tamaño mediano.

     "¿Y tú quién eres?", dijo uno. "Vendo enciclopedias", dijo el otro.

     Ya por el gesto del potencial comprador pudo deducirse claramente que ni enciclopedias, ni nada que se le pareciera. Que semejante intromisión era, ante todo, una molestia supina. El vendedor, no obstante, continuó: "son de edición reciente... muy útiles...".

     "¿Enciclopedias? ¿Pero estás tonto? Ya nadie compra enciclopedias. Fuera de aquí".

     El tipo intentó cerrar la puerta, y el vendedor, en un gesto de osadía sin precedentes en su profesión, la detuvo con el pie.

     "¿Cómo te atreves, bastardo, largo de aquí o te la vas a llevar?"

     "Un momento, permita que le enseñe...".

     Pero el tipo no necesitaba que le enseñasen nada. Se le notaba nervioso. Echó mano al bolsillo y sacó una pequeña navaja suiza con la que amenazó al tipo.

     "He dicho que te largues".

     Fue entonces cuando el vendedor echó mano a la bolsa de deporte, qué determinación, hubiera dicho cualquiera, un vendedor capaz de mostrar sus enciclopedias incluso a punta de navaja, pero no fue una enciclopedia lo que sacó, sino un cuchillo de cocina de un tamaño considerable, y lo blandió con tal rapidez y decisión que, cuando quiso darse cuenta, el tipo ya lo tenía clavado en el cuello.

     Quiso responder con su navajita, pero ya no le respondían los brazos; quiso decir algo soez, pero de su garganta solo brotaban borbotones de sangre; lo último que vio, antes de morir, fue como el vendedor de enciclopedias lo agarraba y lo metía en casa...

viernes, 18 de noviembre de 2011

13. El camino de baldosas amarillas

-Y bien, Morales, ¿alguna novedad?
- Pues poca cosa, jefe. El asunto está como sigue.
    
     Morales sacó un dossier y comenzó a leer. El comisario se preguntó de dónde narices había sacado tiempo para poner por escrito el estado del caso. Lo comprendió rápidamente, sin embargo: de un lado, el friquismo de su ayudante; de otro, los escasos datos realmente disponibles.

- No hay testigos del segundo asesinato, al menos por ahora. Los testigos del primero, es decir, el barman, no aportan gran cosa. No hay sangre del agresor, ni huellas, ni arma del crimen. Los imperdibles pueden encontrarse en cualquier centro comercial y tampoco nos revelan nada..
- Vale, vale, Morales, joder, no seas cenizo. No tenemos nada entonces...

     El comisario quedó pensativo. Aquello pintaba igual de negro...

- Bueno, el papel...
- ¿Qué nos dice el papel?
- Nada, jefe, un trozo de folio como otro cualquiera.
- ¿Entonces?
- Estamos a la espera del análisis grafológico...

     ¿Grafología? ¿Ese era el camino de baldosas amarillas que tenían que seguir? ¿Un juego de niños? ¿Un ejercicio de brujería? ¿Una patochada? Si dependían de la grafología estaban apañados...

- O...
- O qué, Morales, habla ya -dijo mientras pensaba que este Morales le ponía tan nervioso con su pachorra que le entraban ganas de fumar.
- El móvil.
- ¿El teléfono móvil?
- No, jefe, el móvil, la causa del crimen...
- Coño, Morales, ya sé qué es el móvil, no me vengas dando lecciones que te arreo y te mando con tu jerga de CSI a dirigir el tráfico. ¿Qué pasa, tenemos un posible móvil?
- ¿Qué escribe el asesino en el papel que prende de los párpados de sus víctimas como firma?

     Gutiérrez bajo la voz, como si el despacho estuviera lleno de micrófonos.

- Gutiérrez...
- Eso es, jefe. El móvil es usted. El asesino le conoce y probablemente le odia. Tiene que hacer una lista de posibles sospechosos.

     Gutiérrez carraspeó. Ya lo sabía, solo que trataba de evitarlo. Redactar una lista con sus conocidos y con aquellos que podrían tener motivos para odiarle iba a ser tan engorroso como sacar la lista de invitados de una boda. Un coñazo, vamos.

     Puto camino de baldosas amarillas...

jueves, 13 de octubre de 2011

12. El duelo final

     Por fin había llegado el momento. Se encontraba cara a cara con el asesino. Un tiro certero le había dejado herido y tirado en el suelo, al tiempo que había liberado al rehén que este sostenía. Tantas prácticas de tiro en comisaría habían dado su fruto.

     Así que, después de tanto tiempo, tanta búsqueda y tanto asesinato, la hora final había llegado. Se acercó caminando con firmeza y seguridad. El asesino estaba consciente, herido en el hombro, con el arma en el suelo. Por un momento amenazó con recogerla, pero el agente de policía le apuntó y le miró con frialdad.

     "Sé lo que estás pensando, cerdo. Si disparé 6 balas o solo 5. Te aseguro que yo también he perdido la cuenta...".

     Pause.

     El comisario Gutiérrez se levantó corriendo del sofá. Lo malo de ver Harry el sucio y tomarse cuatro cervezas por el camino es que difícilmente llegas a la escena final sin tener que ir al baño. Joder. Eso no pasa con el vodka. La próxima vez se apunta a la petaca. Y esa escena no se puede ver con la vejiga a reventar. Hay que disfrutarla. Dicen estudios científicos que las ganas de orinar disminuyen la capacidad de atención. Qué listos los científicos. ¿Imaginas que a Harry el sucio le entren ganas de orinar en mitad de un tiroteo? No joder, esas cosas no pasan en las películas, esas cosas solo pasan en la vida real. La realidad supera, una vez más, a la ficción. Porque la ficción, ficción es, desde luego, pero qué bien te lo pasas con ella, maldita sea...

     El comisario volvió a su sofá, se sentó y pulsó el botón de play. Sí, definitivamente, la ficción era mejor. La realidad, en realidad, era una mierda. Mira la cara del asesino, con esa tirita en la nariz rota y esa mirada de desequilibrado. ¿Será su día de suerte?

jueves, 15 de septiembre de 2011

11. Sospechosos habituales

- ¿Qué va a ser?
- Un vodka doble con hielo, un cenicero grande y unas respuestas.
- ¿Y usted?
- Un zumo de zanahoria.
- Coño, Morales, no seas nenaza, hombre...
- El zumo de zanahoria está bueno, jefe. Y además tiene vitaminas.
- Joder, Morales.
- ¿Me va a preguntar por el asesinato? Un colega suyo ya estuvo por aquí hace un par de días...
- ¿Un colega mío?
- Sí, otro periodista, uno con un apellido alemán.

Mierda.

- Esto... ¿me dice su nombre, por favor?
- Santiago.
- A ver, Santiago, a ver si nos entendemos... Comisario Gutiérrez, para lo que guste. No soy periodista, como puede comprobar, sino policía.
- Ah, policía, bueno, en ese caso... pensé que los policías no beben estando de servicio.
- Eso es en las películas.

Desde luego, cómo odiaba a los camareros listillos.

- De todos modos, para un manual de buena conducta, aquí tiene a mi compañero.

Morales despertó del trance hipnótico en el que le había sumido chupar el zumo de zanahoria con la pajita.

- Bueno, a lo que vamos, supongo que usted vio al asesino.
- Sí, estuvo por aquí, se bebió una copa y habló con la víctima. Salieron juntos.
- ¿Algo que pueda recordar?
- No, lo siento, como ya le dije a su compañero, quiero decir, perdón, al periodista, -Gutiérrez suspiró- no recuerdo nada.
- ¿Algún detalle en particular? Barba, gafas...
- Puede que llevara gafas, sí, o perilla, pero puede que no... gafas, sí, quizá, o se las quitó luego, no sé, el caso es que al salir creo que no llevaba...
- ¿Cómo era su rostro, su estatura, su acento...?
- Todo normal. Era un tipo normal, así, como usted...
- ¿Qué insinúa?
- Nada, nada, solo eso, que era normal, no puedo decirle nada más...
- ¿De qué hablaron?
- Ni idea, yo no escucho las conversaciones de los clientes, es de mala educación.

"Pues menuda birria de camarero", pensó Gutiérrez.

- ¿Cree que le reconocería si volviera a verlo?
- Puede ser, quizá no, no sé...

El camarero se fue a atender a otro cliente, Gutiérrez resopló, Morales apuró el zumo.

- Qué tipo tan majo, ¿verdad, jefe?
- Anda, Morales, vámonos de aquí, ya volveremos en otra ocasión. ¿Cuánto se debe?
- Invita la casa -oyó desde el final de la barra.

En fin, eso debía de ser lo único bueno que tenía el barman de las narices.

"Menuda ayuda", pensaba Gutiérrez mientras salían. La cosa comenzaba mal. Y, para colmo, Gutiérrez se subió al coche con la desagradable sensación de estar siendo observado...

lunes, 29 de agosto de 2011

10. Una visita de cortesía

- ¿Sí?
El Comisario Gutiérrez había dejado claro en multitud de ocasiones que siempre era mal momento para llamar a la puerta de su despacho. Lo sabía Morales, lo sabía Eulalia, lo sabían todos en la comisaría. Por eso le irritaron tanto aquellos golpes decididos, autoritarios.
Asomó la cabeza un tipo peculiar. Estaba seguro de haberlo visto en alguna parte. Gabardina, cámara de fotos colgando del cuello, bloc y lápiz en la mano. Sus primeras palabras confirmaron los temores del Comisario.
- ¿Puedo pasar? Soy Jorge Streller, periodista.
- ¿Jorge Streller?
- Sí, es alemán.
Lo dijo como si hubiera pasado toda una vida repitiéndolo. “Es alemán”. Una táctica de distracción, desde luego, porque mientras Gutiérrez se perdía en los entresijos de la onomástica germana el periodista tomaba la duda como una afirmación y se sentaba frente a la mesa del despacho. Gabardina… ¿por qué gabardina? Solo le faltaba una acreditación insertada en un ridículo sombrero para retroceder a los años 50 y resultar el típico reportero de película norteamericana.
- ¿Puedo fumar? Dijo mientras sacaba un paquete de cigarrillos y aspiraba el aroma a tabaco rancio del despacho.
- Por supuesto que no, ¿qué se ha creído?
El desprecio implícito en la respuesta le pasó desapercibido, guardó el paquete con elegancia y comenzó un improvisado y apresurado interrogatorio:
- Tres muertos en poco tiempo, señor Comisario. ¿Hay alguna relación entre los crímenes?
- No voy a contestar a eso.
- ¿Pueden ser obra del mismo asesino? ¿Podemos estar ante un asesino en serie?
- ¿Cómo coño ha entrado usted aquí?
- ¿Tiene alguna pista que no haya trascendido aún a la prensa?
- Largo.
- ¿Deja el asesino alguna señal, algún rastro distintivo de sus crímenes?
El Comisario Gutiérrez palideció en un primer momento, enrojeció en el siguiente, increpó mentalmente al periodista presente, a su profesión en general, a los que hablan sin saber y a los que sin saber terminan por dar en el clavo, a todos los asesinos en serie, a los que juegan con la policía y, en especial, a los que juegan con él, y terminó diciendo:
- Fuera de aquí o le echo a patadas.
- Gracias, comisario, ha sido usted de gran ayuda. Estamos en contacto – fue la respuesta de Streller antes de ser sacado a empujones y de que la puerta se cerrara de un portazo.
No había tres asesinatos, sino dos asesinatos y un suicidio. Eso, de momento. Si la prensa ya estaba sobre la pista, es que había llegado de verdad el momento de ponerse manos a la obra.

domingo, 31 de julio de 2011

9. Arrastrándose por el suelo

¿Qué coño había pasado? ¡Ah, Dios, qué dolor! Aquel tipo había salido de la nada, joder. ¿Qué había pasado? Él no se merecía esto, no le había hecho nada a nadie, solo volvía a casa después del trabajo, maldita sea.

Duele. Una cuchillada duele, ahora lo comprobaba, y la boca comenzaba a saberle a muerte, no fue una, fueron varias, puede verse a sí mismo tirado en el suelo en un charco de sangre, y encima ha empezado a llover, a granizar, los pequeños trozos de hielo le golpean el rostro y se le clavan en el torso como una infinidad de puñaladas de más, ya eran suficientes las de aquel tipo, menudo cabrón, parece que se ha largado, menos mal, le habrá espantado la tormenta.

Trata de acercarse a un portal, no puede quedarse tirado en la acera, la imagen ha de ser dantesca, se pregunta si algún vecino se habrá asomado a contemplar el granizo y al verlo a él no habrá llamado a la policía, a una ambulancia, quizá todavía salve la vida.

Las heridas no dejan de sangrar, le cuesta respirar, se le nubla la vista, seguro que tiene afectado algún órgano vital.

Se arrastra como un despojo. Alcanza el deseado portal, se siente a cubierto, el granizo ya no le machaca los costados, hay alguien ahí, alguien que le espera, tiene algo en la mano, ojalá fuera un teléfono móvil para llamar a urgencias, pero no, es un cuchillo, un enorme cuchillo lleno de sangre, maldita sea, el loco este tuvo la misma idea que él, refugiarse del granizo, tiene también ideas que a él jamás se le ocurrirían, como volver a clavarle el cuchillo, tres, cuatro veces, el dolor parece preludiar una muerte que no llega, incluso siente cómo el asesino le clava algo en el ojo, una aguja, una pinza, no es en el ojo, es en el párpado, algo que ya casi no provoca dolor, nada provoca dolor cuando la vida se apaga...

domingo, 24 de julio de 2011

8. El museo de la tortura

- Bien, Morales, ¿qué tenemos aquí?
- Un cadáver, jefe.
- Muy agudo, Morales.
- Gracias, jefe.
- Me refiero a qué conclusiones puedes sacar de él.

Morales hizo un repaso de los datos obvios. Lo habían sacado del muelle, allí se había quedado, anclado al fondo por una bola de hierro que le apresaba el tobillo derecho. Alguien no había contado con que las mareas bajan y suben regularmente,de modo que la cabeza quedaría a flote, a la vista de algún ciudadano curioso que paseara por el puerto, meciéndose con suavidad y dulzura como un junco con el viento.

- Ya se le ha identificado, jefe. Un tipo gris, sin amigos...
- Quienes no tienen amigos tampoco suelen tener enemigos, Morales...
- Trabajaba en el Museo de la Tortura, a dos manzanas de aquí.

¿El Museo de la Tortura? Joder, eso explicaba la presencia de aquella bola de hierro típica de los presos hace trescientos años pero que en estos últimos siglos estaba, definitivamente, pasada de moda.

- Debió de haberla robado de su propio Museo...
- Muy agudo, jefe.
- ¿Me estás vacilando, Morales?
- No, jefe...
- Decía que debió de haberla robado antes de atársela y arrojarse al mar.

Morales puso cara de estupefacto y enmudeció. Gutiérrez pensó que el Museo de la Tortura era el que le tocaba vivir a él cada día en comisaría.

- Sí, Morales. No sé por qué me sacas con este tiempo. Amenaza tormenta y esto no es homicidio, es suicido.
- ¿Cómo lo sabe, jefe?
- ¿No ves a este tipo? Parece un memo hasta cuando está muerto. El típico memo que trabaja en un Museo de la Tortura y se suicida con sus propias piezas de exposición.

Entonces Gutiérrez se acercó y rebuscó en los bolsillos de la chaqueta empapada del cadáver. Se había vestido de domingo, el tío. Mejor morir elegante, aunque luego te coman los peces. Sacó un papel, también empapado y, desde luego, ilegible.

- ¿Es una nota de suicidio? -preguntó Morales.
- Pues claro, hombre.
- ¿Y quién se mete una nota de suicidio en el bolsillo cuando se va a tirar al agua?
- Un imbécil, Morales, un imbécil...
- ¿Y si la nota fuera del asesino?
- Es un suicidio, Morales. Nadie mata a los empleados del Museo de la Tortura. Además, ¿qué asesino va por ahí dejando notas?

"Uno que quiere ser cazado", se contestó pronto a sí mismo. "O uno que quiere hacerle la vida imposible al comisario". No era el caso, desde luego, pero ambos callaron al instante.

Poco después se desató el temporal de granizo. Que se encargue otro departamento, que ellos no tenían que haber salido. Por un puto suicidio, habrase visto. Entre tanto, la Antártida había subido al cielo y había comenzado a desplomarse sobre la ciudad trozo a trozo.

jueves, 14 de julio de 2011

7. Sucesos indeseados perturbarán tu ánimo

Con el tiempo, aquel día sería recordado entre los agentes de comisaría como “el día de la gran granizada”. Un nombre estúpido, desde luego, especialmente porque lleva a confusión, porque cualquier ignorante puede bromear sobre el hecho de que todos fuimos a una heladería a tomar granizada o algo así, cualquier ignorante que no sepa hasta qué punto influye el granizo en el trabajo de un policía.
A mediodía, no obstante, cuando a nadie se le habría ocurrido decir que se encontraba en “el día de la gran granizada”, la cosa ya pintaba mal. Acababa de leer el horóscopo del día en el periódico: “sucesos indeseados perturbarán tu ánimo”. Recuerdo que pensé algo así como: “Joder, ¿cómo se les ocurre decir esto?”. Pensé en la farsa de los horóscopos, en que conocía a periodistas que cada mañana escribían al azar en esa sección lo primero que se les venía a la cabeza, en lo perjudicial que era para el negocio de venta de periódicos hacer predicciones negativas. Nadie compra el periódico para leer que le van a venir mal dadas. “El que escribió esto debió haber tenido un día realmente horrible”. Luego caí en la cuenta de que yo mismo leía esa farsa cada mañana y que me dejaba influir por ella hasta el punto de cambiar mi estado de ánimo.
“Mierda”, pensé. Me puse un café muy cargado con un buen chorro de vodka. Encendí un cigarrillo y me recosté en mi silla, con los pies encima de la mesa del despacho, “que para eso es mi despacho”, como había dicho por activa y por pasiva en multitud de ocasiones. Y, como cada vez que intentaba relajarme, justo en ese momento apareció Morales.
- Jefe, un asesinato en el puerto.
La frase me vino inmediatamente a la cabeza: “sucesos indeseados pertubarán tu ánimo”. Pensé que un asesinato era un suceso indeseado, por supuesto, pero era, al mismo tiempo, la rutina con la que tenía que lidiar a diario. Así que un “suceso indeseado” capaz de “perturbar mi ánimo” tenía que ser algo más próximo. Y entonces pregunté, como movido por un resorte, y aun a riesgo de mostrarme obsesionado, de parecer un neurótico:
- ¿Algún imperdible? ¿Algún papel? ¿Algún nombre?
Morales comprendió, me miró con un ligero gesto de compasión que no se atrevió a mostrar, más le valía, pero que detecté y que me hizo concluir que, de allí en adelante, mis preocupaciones personales serían solo mías, y contestó con un lacónico y temeroso:
- No, jefe.
Me levanté, me puse la chaqueta y salimos en dirección al puerto. Entonces nadie hubiera dicho que aquel día sería conocido como “el día de la gran granizada”; nadie hubiera dicho, tampoco, que el “suceso indeseable” estaba por llegar, que no se trataría precisamente del granizo y que, en efecto, terminaría por “perturbar mi ánimo” de manera definitiva.

domingo, 19 de junio de 2011

6. Nunca te lleves el trabajo a casa

...los telediarios son una mierda... siempre lo he pensado... solo cuentan problemas, tragedias, catástrofes... y cuando aparece una buena noticia se trata de una estupidez que no interesa a nadie... desde luego, si los telediarios son un reflejo de lo que pasa en el mundo estamos apañados... y si no es un reflejo de lo que pasa en el mundo, si es solo una muestra de lo que interesa a la población, entonces estamos más apañados todavía...

El Comisario Gutiérrez apagó la televisión, se volvió a llenar el vaso con vodka y se recostó en el sofá. La botella ya andaba a medias, medio llena o medio vacía, depende, en cualquier caso habría que ir pensando en renovarla. Ni siquiera se había molestado en encender las luces, nunca lo hacía, de hecho. Para qué. Una ventana abierta dejaba entrar breves ráfagas de brisa nocturna y permitía percibir leves murmullos procedentes de fuera, de la ciudad que nunca duerme, mientras trataba en vano de extraer del interior el olor añejo a tabaco rancio.

...a ver, seamos serios y no saquemos las cosas de quicio... es un papel, un simple papel, un papel no quiere decir nada... además, Gutiérrez hay muchos, seguro que hay cientos de miles de Gutiérrez por ahí dispersos, y seguro que hay razones para que un puñado de ellos vea su nombre escrito en un papel y adosado a los párpados de un cadáver...

Volvió a preguntarse por qué lo hacía. Por qué se llevaba el trabajo a casa. Otros tenían otra vida, y cuando salían de comisaría la buscaban, y se divertían por ahí, o se refugiaban en sus familias, o quedaban con sus amigos. Gutiérrez pensó que ya era hora de salir un poco.

...algún día de estos tendré que hacer unas llamadas... pero el tipo este del papel volverá a matar, de eso seguro... y yo tengo que estar allí para preguntarle a qué Gutiérrez se refería... ¿tú qué piensas, Eva?... tú siempre me dabas buenos consejos...

El Comisario miró entonces un objeto que se erguía en un mueble del salón. Era un retrato, del tamaño de una tarjeta postal. En él aparecía una chica joven con un uniforme de policía. Agarrándose a la esquina superior derecha del marco plateado colgaba un crespón negro. El Comisario siguió observando el retrato durante un rato. Eva, siempre sonriente con su impecable uniforme, no contestó.

A la mañana siguiente la botella de vodka estaba completamente vacía y el olor a tabaco en la habitación no solo perduraba, sino que se había intensificado. El Comisario Gutiérrez roncaba tirado en el sofá.

sábado, 11 de junio de 2011

5. El misterio del chupachús robado

No sabía muy bien por qué Eulalia había tenido que traerse a los niños a comisaria. Le habían dicho algo de que no tenían colegio, de que la canguro se encontraba indispuesta, de que no entorpecerían su labor de secretaría. Qué más daba. El caso es que eran molestos, el nene y la nena ajetreando de acá para allá entre gritos y juegos.

Nunca le habían gustado los niños. Demasiado impulsivos, demasiado irracionales, demasiado animalizados. "Los mamíferos parecen estúpidos durante sus primeros años de vida", había dicho alguna vez. "Algunos mamíferos, de hecho, lo parecen durante su vida entera".

Ahora la niña se había puesto a gritar junto a su puerta, unos bramidos que desembocaban en el llanto fácil de la gente descerebrada. Y Eulalia sin aparecer. Así que tuvo que abrir la puerta y terciar en el asunto.

- Dime, niña, qué te pasa.
- Me ha quitado el chupachús -y señalaba a su hermano.
- ¿Le has quitado el chupachús, niño?

El niño negó con la cabeza.

- Tu hermano dice que no.
- Me ha quitado el chupachús -y continuaba señalándole.

Y el niño que continuaba negando. "Desde luego, qué asco de trabajo", murmuró el Comisario Gutiérrez. Y se dirigió al niño.

- Ven aquí, chaval. Sí, sí, aquí, ven. Siéntate. Que te sientes, coño. ¿Sabes qué es esto? Una sala de interrogatorios. ¿Y sabes para qué sirve?

El niño volvía a negar mientras el Comisario cerraba la puerta. Luego se acercó y comenzó a hablarle, en tono muy bajo, casi en un susurro.

- Mira, chaval, tú y yo no nos caemos bien, pero no vamos a salir de aquí hasta que me digas la verdad sobre el chupachús. Sé perfectamente que lo tienes tú, ¿sabes? Estamos hablando de hurto, de un par de años de cárcel, ¿sabes lo que es la cárcel , chaval? ¿Sí? No, no lo creo, no tienes ni idea de lo que es eso... Mira, niño, o me dices ahora mismo dónde está el chupachús o te lío un follón de dos pares de cojones, ¿me entiendes? Canta ahora mismo... ¡canta!

El niño, que había escuchado al Comisario con los ojos como platos, comenzó a llorar.

Desde fuera Morales, que pasaba por allí, alcanzó a oír expresiones como "¡Vaya nenaza, mira como llora!", así como golpes contra las paredes, gritos desaforados, sillas que volaban, mesas volcadas.

Segundos después, el Comisario salía de la sala de interrogatorios con un chupachús en la mano. Tras él, serio y en aparente estado de shock, caminaba el interrogado.

- Toma, niña, y ahora a ver si te estás tranquilita, ¿vale?

Morales se acercó al Comisario.

- Jefe, ¿no ha sido un poco excesivo?
- Joder, Morales, si ni siquiera le he puesto la mano encima... ha sido una presa fácil de mis dotes persuasivas... -y sonrió.

Al terminar su jornada, Eulalia se sorprendía del comportamiento de sus hijos, unos angelitos que se habían pasado las últimas horas sentados en un banco de madera sin decir ni mu. De hecho, sin atreverse a mover un dedo...

lunes, 9 de mayo de 2011

4. El nombre escrito

- Jefe...
- ¿Qué?
- Jefe...
- ¿Qué?
- Jefe...
- ¿Qué coño quieres, Morales? Que te estoy escuchando...

El Comisario Gutiérrez se agitó incómodo en su silla. Morales había entrado a interrumpirle mientras él se encontraba enfrascado en la lectura del periódico, más concretamente en los resultados deportivos. Y no había peor momento para interrumpir.

- Han encontrado un cadáver.
- Muy bien, pues que lo entierren...
- Bueno, parece un asesinato, jefe...

Gutiérrez frunció el ceño.

- ¿Quién era el finado?
- Un borracho habitual del barrio. Lo encontró el barman después de cerrar, tirado en el callejón trasero...
- ¿Un borracho? Será un asunto de apuestas, o una pelea callejera, Morales, que parece que has nacido ayer. Ya sabes cuál es el protocolo, ¿no? Pues hala, a ello...

Y, dicho esto, volvió a la lectura. Ni un solo resultado le reportaba algo de pasta. Dichosas casas de apuestas, vaya engañabobos...

- Jefe...
- ¿Qué...?
- Jefe...
- Morales, maldita sea, ¿qué?
- El muerto llevaba algo, un pedazo de papel...
- Estupendo, a investigar.
- ...clavado a sus párpados con un imperdible...
- ¿Un imperdible? El mundo está lleno de locos...
- Jefe...
- Dime, Morales.
- En el papel había un nombre escrito.

Gutiérrez ya había dejado el periódico. ¿Un papel? ¿Un nombre? ¿Un imperdible? ¿Un párpado? Aquello olía a asesino en serie.

- ¿Y qué ponía en ese papel, Morales?
- Gutiérrez, jefe... ponía Gutiérrez, su nombre... vamos, su apellido...

El Comisario empalideció ligeramente, se incorporó en su silla y resopló. Aquel día ya no volvería a mirar los resultados deportivos.

domingo, 3 de abril de 2011

3. Un pedazo de papel

- La vida es una mierda, Santiago -le decía el tipo al barman mientras apuraba el whisky. - Una mierda enorme, hip, ponme otro...

Enorme, desde luego, era la mierda que llevaba después de haber bebido tantas copas que Santiago tuvo que mirar la lista mientras anotaba la última. Ocho. Ocho whiskies on the rock, maldita sea. Qué barbaridad.

El tipo desvariaba, sus ojos vagaban en una especie de nebulosa y su discurso hacía ya mucho que había dejado de ser coherente.

- Cuánta razón tienes, amigo -apoyó una voz desde el otro lado de la barra.

Santiago comprobó que se trataba del tío de las gafas, un tipo tímido con pintas de intelectual fracasado que había llegado no hacía mucho y había pedido un Bailey's que intentaba eternizar. Una nenaza, vamos.

La nenaza se acercó al borracho. Santiago suspiró aliviado. Tal vez aquellos dos se arreglaran entre sí y le dejaran un rato en paz.

- Yo siempre me he preguntado por qué tanto interés por estar vivo, por conservar las funciones vitales. Parece que el ser humano se dedicara a luchar para sufrir, que el sufrimiento justificara su vida.
- Sí, eso es lo que pienso yo, pero todos se ríen de mí -repuso el borracho tambaleándose.

Santiago les dejó ahí. Estuvieron un rato, discurseando a gritos, como si tuvieran delante un público enfervorizado. Levantaban las manos, miraban al cielo, daban golpes en el mostrador. El borracho pidió todavía cuatro o cinco whiskies más. Cuando el gafas terminó de una vez su Bailey's, ambos pagaron y salieron a la calle.

Un par de horas después, Santiago, mientras cerraba el bar, encontraba entre unos cubos de basura el cadáver del borracho, con el cuello rajado y completamente cubierto de sangre. Esta había bajado como una cascada por su pecho y se había acumulado, como un coqueto lago rojo, entre sus piernas. Agarrado por un imperdible a los párpados del cadáver, para sorpresa del barman, había un pedazo de papel.

Era una imagen repugnante.

Y en el papel, escrito, un nombre.

viernes, 18 de marzo de 2011

2. Una rubia despampanante

Odio los miércoles. No quiero decir que los lunes, o los jueves, o los domingos sean mucho mejores, pero odio los miércoles, simplemente, ahí cómodamente situados en medio de la semana, con esa apariencia de calma aseada y sosiego. De modo que aquel miércoles, como tantos otros, me encontraba dedicándome con suma perseverancia a la misión de dormitar en mi despacho cuando el Morales vino a perturbarme.

- Señor, le buscan.
- ¿Quién coño me busca?
- No lo sé, Señor, no se ha presentado, solo ha preguntado por usted. Es una mujer.

Morales había dicho "una mujer" como si hubiera querido decir "un extraterrestre megacéfalo", con una extrañeza evidentemente derivada de la falta de costumbre. Yo, por si acaso, me incorporé en mi silla, me atusé ligeramente el pelo, carraspeé para comprobarme la voz y expandí por el despacho un suave perfume de azahar que tapase, al menos en parte, el olor a tabaco y vodka.

Acababa de ponerme perfectamente cómodo cuando apareció en la puerta una rubia impresionante de ojos enormes y anchas caderas que agitaba con gracia a cada paso, piel sumamente pálida y labios rojos como el fuego del infierno.

Inmediatamente vinieron a mi mente la Kim Basinger de L.A.Confidential, la Scarlett Johansson de La dalia negra y no sé cuántas otras mujeres fatales de novela negra. Pensé que se sentaría frente a mí, que cruzaría sus interminables piernas a lo Sharon Stone, que se encendería un cigarrillo y que me contaría un bulo sobre cualquier caso que, a la postre, resultaría una cortina de humo para cualquier otro tipo de asunto que pusiera de manifiesto sus dotes manipuladoras.
La rubia dio un par de pasos hacia mí, me observó, frunció el ceño y, en lugar de ofrecerme el escote e introducirme en un sucio mundo de delincuencia, traiciones y perversión dijo con desilusión:

- Oh, disculpe, creo que me he equivocado. Busco a Modesto Gutiérrez, es para renovar el D.N.I...

"Disculpe", dijo, la muy cursi. Disculpe. Y estuve por decirle que yo era el jodido Modesto ese, y que total, que en la comisaría todos los Gutiérrez son iguales e intercambiables, que no se preocupara. Pero la verdad es que tener que tramitar la renovación de un D.N.I. no es precisamente el mejor argumento para una novela policíaca, aparte de que es un trabajo estúpido que no me corresponde hacer. Así que despaché a la rubia mandándola a la sección correspondiente, y ella se fue como vino, sin más ni más.

A la mierda mi sórdida y peligrosa aventura.

Me encendí un cigarro para ir borrando el asqueroso hedor a azahar que impregnaba la habitación y llamé a Morales para echarle una bronca, aunque ni yo mismo sabía muy bien por qué...

domingo, 23 de enero de 2011

1. El caso del Crepúsculo Zombie

Hay casos que me dan asco. Todos dan asco, en realidad, solo que hay momentos en los que uno se encuentra más sensible y trata de evitar las situaciones que le inducen al vómito. En esos momentos, en esos casos, envío a Morales.

No es muy buen policía, el Morales. La perspicacia no es una de sus virtudes. Visto desde fuera, cualquiera podría decir que parece estúpido, y lo peor es que no andaría desencaminado. No sé a quién se le ocurrió traerlo a la comisaria a hacer las prácticas, pero ya lleva por aquí casi dos años. Así que suelo enviarle a estos casos desagradables, a hacer la parte técnica, por así decir: recoger declaraciones, agrupar los informes, preguntar a los testigos. Luego, si la cosa va en serio, tomo yo el mando.

Le di el caso del revientacráneos para que me agrupara a las víctimas y contextualizara sus muertes: día, hora, lugar, modus operandi, heridas. Nada complicado, cuestión de rellenar un par de páginas en una tarde. Y el tío me viene tres semanas después con un dossier de 140 páginas, se sienta en mi despacho y me dice:
- Jefe, creo que he resuelto el caso.
- ¿Qué dices, Morales?
- Mire, aquí está todo.

Yo aplasto la colilla del cigarrillo contra el cenicero, me enciendo otro y le miro a los ojos. El tío parece feliz, qué nervioso me pone la gente feliz. Si no hecho mano a la petaca de vodka del cajón es por deferencia y educación, por no ofrecerle un trago a Morales.

Le había cambiado el nombre al caso, el tío. "El caso del Crepúsculo Zombie".

- ¿Qué coño es esto, Morales?
- ¿Es que no lo ve, jefe? Todas las víctimas presentaban el cráneo reventado y pérdida de masa encefálica. ¿Y quién devora masa encefálica? Los zombies. Mi pregunta, sin embargo, era: ¿por qué, siendo un zombie, quedarse en la misma ciudad tanto tiempo? Y encontré la respuesta en el Copycat crime, ya sabe, jefe, en la copia entre asesinos.

Yo no decía nada. Solo quería que se largara de allí y agarrar la petaca. Morales seguía:

- Creo que los zombies están copiando a los vampiros. Ya sabe, el rollo Crepúsculo. Creo que un zombie se ha enamorado de una humana y ha decidido quedarse: "Chica, yo y mi familia te sorberíamos el hipotálamo sin dudarlo, pero es que estoy enamorado de ti...".

Y Morales comenzó a imitar a un zombie caminando como sonámbulo, con los brazos estirados.

- Siéntate, Morales, anda.
- Sí, jefe.
- Así que Crepúsculo Zombie...
- Sí, jefe, lo he llamado así por la similitud entre...
- Y dices que has resuelto el caso, ¿no? Y me lo estás diciendo en serio...
- Claro, jefe, yo siempre le hablo en serio.
- Desde luego, Morales, que cada día que pasa estás más gilipollas...